jueves, 10 de mayo de 2018


¿Por qué México tampoco puede ser Noruega?

(Artículo publicado en el periódico TRIBUNA  el 30 de abril de 2018)

Por José Luis Llovera Abreu

Con título audaz, me permito irrumpir nuevamente en este rotativo con el único interés de atraer al lector para que otee estas letras y le dedique unos minutos a este breve artículo.

Hace ya algún tiempo leí un interesante escrito periodístico acerca del éxito del modelo económico y social de Noruega. Desde luego que México y su contexto latinoamericano, aunado a sus antecedentes mesoamericanos, ibéricos y latinos, dista mucho de asemejarse a Escandinavia, pero hallé dos coincidencias determinantes para atreverme a comparar a estas dos naciones: el petróleo y su histórica política de pacifismo.

Muchos expertos y politólogos han denominado a Noruega como un país socialista. La verdad es que no lo es, pero ahondar en ello sería materia de otra reflexión.

Noruega, al igual que México, tuvo la suerte (llamémosle así por el momento) de encontrar petróleo por casualidad. Así es, así como aquel pescador de nombre Rudesindo Cantarell avizoró en la costa de la Sonda de Campeche restos de chapopote, lo que en efecto sería un brote de petróleo en el mar, Noruega encontró ese mismo hidrocarburo en el Mar del Norte. Después de eso a ambos países les cambió la vida.

Me encantaría decir, afirmando cabalmente, que a los dos les ha ido muy bien y que sus sendos descubrimientos fueron un “golpe de timón” determinante en su devenir económico y político y que han sido países boyantes y exitosos desde entonces. Me temo que, a excepción de lo último, estas almas gemelas mantienen solamente ciertas similitudes.

Veamos brevemente sus paralelismos. Noruega y México encontraron petróleo en sus litorales, los dos nacionalizaron sus reservas de petróleo, los dos dejaron que compañías internacionales se asociaran con sus gobiernos para la explotación del recurso energético (México solo lo implementó durante un lapso corto y ahora la reforma energética abrirá nuevas posibilidades) y ambas se han caracterizado como naciones pacíficas y sin conflictos bélicos con sus países vecinos.

Sin embargo, hay diferencias sustanciales que hacen que sus similitudes se transformen considerablemente y que no tengan los mismos efectos positivos. En Noruega todo el dinero que se capta por la explotación petrolera extranjera está grabado con impuestos muy altos, lo que significa una captación sustancial para las finanzas nacionales. Ahora bien, la gran diferencia estriba en lo siguiente: en Noruega todo el dinero que se obtiene de los yacimientos no se gasta, sino se invierte en un fondo soberano el cual está destinado para inversiones estratégicas y de importancia para el país entero. Por ejemplo, gran parte de ese recurso se ha destinado para la educación. Pues como diría el gran Cantinflas, ¡Ahí está el detalle!

México, como Venezuela también lo hizo en su momento, ha hecho un uso discrecional de estas riquezas obtenidas de sus mares y de sus tierras y, evidentemente, ha despilfarrado el recurso ya que tampoco podemos aseverar que se haya destinado exclusivamente para programas, obras o acciones que realmente hubiesen significado un cambio en el curso económico de nuestra nación durante los últimos cincuenta años. Es una realidad que muchas de las obras de infraestructura y que el financiamiento para muchos programas sociales ha provenido de los fondos producto de la exportación petrolera, pero sin duda no han sido, ni cercanamente, el detonador transformador de México y la razón por la que seamos un país desarrollado, con altos niveles productivos, con un PIB per cápita alto y con índices educativos de primer nivel, porque simplemente nada de esto ha ocurrido.

Ojalá que, con la reforma energética y con el inminente cambio de administración federal, vengan nuevos aires que presagien no solamente una bonanza económica, sino que esto redunde en una riqueza espiritual que nos guíe hacia la senda de la educación continua y de la tan anhelada y necesaria productividad intelectual y financiera.