¿Por qué México tampoco
puede ser Noruega?
(Artículo publicado en el periódico TRIBUNA el 30 de abril de 2018)
Por José Luis Llovera Abreu
Con título audaz, me permito irrumpir nuevamente en este
rotativo con el único interés de atraer al lector para que otee estas letras y le
dedique unos minutos a este breve artículo.
Hace ya algún tiempo leí un interesante escrito periodístico
acerca del éxito del modelo económico y social de Noruega. Desde luego que
México y su contexto latinoamericano, aunado a sus antecedentes mesoamericanos,
ibéricos y latinos, dista mucho de asemejarse a Escandinavia, pero hallé dos
coincidencias determinantes para atreverme a comparar a estas dos naciones: el
petróleo y su histórica política de pacifismo.
Muchos expertos y politólogos han denominado a Noruega como
un país socialista. La verdad es que no lo es, pero ahondar en ello sería
materia de otra reflexión.
Noruega, al igual que México, tuvo la suerte (llamémosle así
por el momento) de encontrar petróleo por casualidad. Así es, así como aquel
pescador de nombre Rudesindo Cantarell avizoró en la costa de la Sonda de
Campeche restos de chapopote, lo que en efecto sería un brote de petróleo en el
mar, Noruega encontró ese mismo hidrocarburo en el Mar del Norte. Después de
eso a ambos países les cambió la vida.
Me encantaría decir, afirmando cabalmente, que a los dos les
ha ido muy bien y que sus sendos descubrimientos fueron un “golpe de timón”
determinante en su devenir económico y político y que han sido países boyantes
y exitosos desde entonces. Me temo que, a excepción de lo último, estas almas
gemelas mantienen solamente ciertas similitudes.
Veamos brevemente sus paralelismos. Noruega y México
encontraron petróleo en sus litorales, los dos nacionalizaron sus reservas de
petróleo, los dos dejaron que compañías internacionales se asociaran con sus
gobiernos para la explotación del recurso energético (México solo lo implementó
durante un lapso corto y ahora la reforma energética abrirá nuevas
posibilidades) y ambas se han caracterizado como naciones pacíficas y sin
conflictos bélicos con sus países vecinos.
Sin embargo, hay diferencias sustanciales que hacen que sus
similitudes se transformen considerablemente y que no tengan los mismos efectos
positivos. En Noruega todo el dinero que se capta por la explotación petrolera
extranjera está grabado con impuestos muy altos, lo que significa una captación
sustancial para las finanzas nacionales. Ahora bien, la gran diferencia estriba
en lo siguiente: en Noruega todo el dinero que se obtiene de los yacimientos no
se gasta, sino se invierte en un fondo soberano el cual está destinado para
inversiones estratégicas y de importancia para el país entero. Por ejemplo,
gran parte de ese recurso se ha destinado para la educación. Pues como diría el
gran Cantinflas, ¡Ahí está el detalle!
México, como Venezuela también lo hizo en su momento, ha
hecho un uso discrecional de estas riquezas obtenidas de sus mares y de sus
tierras y, evidentemente, ha despilfarrado el recurso ya que tampoco podemos
aseverar que se haya destinado exclusivamente para programas, obras o acciones
que realmente hubiesen significado un cambio en el curso económico de nuestra
nación durante los últimos cincuenta años. Es una realidad que muchas de las
obras de infraestructura y que el financiamiento para muchos programas sociales
ha provenido de los fondos producto de la exportación petrolera, pero sin duda
no han sido, ni cercanamente, el detonador transformador de México y la razón
por la que seamos un país desarrollado, con altos niveles productivos, con un
PIB per cápita alto y con índices educativos de primer nivel, porque
simplemente nada de esto ha ocurrido.
Ojalá que, con la reforma energética y con el inminente
cambio de administración federal, vengan nuevos aires que presagien no
solamente una bonanza económica, sino que esto redunde en una riqueza
espiritual que nos guíe hacia la senda de la educación continua y de la tan
anhelada y necesaria productividad intelectual y financiera.
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