sábado, 20 de agosto de 2011

Re configuración necesaria.



En estos días nos hemos consternado con una retahíla de funestos acontecimientos en diversas partes del mundo. Como mexicanos, desafortunadamente nos despertamos con el ríspido sonido de la radio y con las invisibles noticias en los periódicos anunciándonos crímenes a tutiplén y desaparecidos a diestra y siniestra, y todo lo digerimos lenta y dolorosamente con los rasposos alcoholes de la encarnizada batalla social entre los diversos grupos políticos del país.

Es increíble este mundo surrealista nuestro, México no es la excepción en lo que a disturbios sociales se refiere. Desde el magnicidio en Noruega hasta los disturbios en las calles de Londres, ¿qué nos pasa como sociedad?, ¿en qué hemos fallado como habitantes de las ciudades? Las respuestas han de ser muchas y con una tupida auto recriminación que no escapa de la aburrida redundancia.

Pero prefiero enfocarme a la visión territorial de la problemática. Hay algo que sin duda disgusta a la población, hay algo que irremediablemente ha permeado maléficamente en el sentimiento de las personas, hay algo que subleva los ánimos de muchos habitantes de las ciudades y que conlleva a una rebelión contra todo y contra todos. Pero, ¿qué es éste mundial enemigo?, ¿cómo identificarlo, atacarlo y vencerlo?.... Se parte de un punto de vista conceptual cuando aludimos todas estas inhumanas conductas a un espontáneo y temporal  brote malvado de violencia asociado a una explicable y remediable incomodidad e insurrección con el espacio que se habita, con el espacio que, es a la vez, continente y contenido y en el cual vivimos y deambulamos como seres vivos a diario; me refiero al gran contenedor, a nuestro gran habitáculo, a la ciudad.

Pero quizás el problema subyace en la errónea concepción del mismo, es decir, vivimos en él pero no vivimos por él; somos una extraña especie de seres humanos a quienes nos cuesta ser humanos. He ahí el problema.  Dice el arquitecto Ernesto Velasco León que “la civilización es la cultura hecha ciudad”, creo que tiene razón. Es precisamente esta incultura lo que ha propiciado que hayamos transgredido las normas y las formas de vivir y convivir en las ciudades y es por ello que nos hemos convertido en seres incivilizados. Qué triste reconocer que, cual brotes esporádicos pero mortales de viruela negra, este mundo se vaya plagando de pestes, mientras se aniquila poco a poco y lentamente el espíritu más legítimo y genuino de la humanidad que debería ser el ser humano con los seres humanos, con nuestros prójimos y con todo lo que respire y habite sobre la faz de la tierra.

Creo que la solución, o al menos una gran parte de esta, está en la correcta administración del territorio, en el cuidado del ambiente físico, funcional y espacial de nuestras urbes y de nuestros hogares. Si vivimos felices y no sobrevivimos mediocremente nos comportaremos mejor como seres humanos y lograremos un ambiente más cordial y más habitable. Dice el ex presidente municipal de Bogotá, Enrique Peñalosa, que “una buena ciudad es en donde la gente quiere estar afuera de sus casas”, tiene razón y es una forma práctica de abordar con pragmatismo la problemática de la conducta del habitante. Es responsabilidad de todos, y sobre todo de los gobernantes y tomadores de decisiones, el planear y diseñar nuestros espacios, nuestras calles, nuestros parques, nuestros edificios y nuestras viviendas enfocados hacia la generación de comunidades y no sólo a la conformación de áreas delimitadas por barreras físicas en donde simplemente viven personas y familias.

La responsabilidad es de todos, cambiemos y reconfiguremos nuestras ciudades.

lunes, 8 de agosto de 2011

Sursum corda

 
 
Sursum corda
 
Por José Luis Llovera Baranda.
Cuando las palabras se unan en la corriente vertical del tiempo sin frontera.
 
Cuando las gargantas den paso al eco milagroso del ideal.
 
Cuando aprendamos la lección del beso huérfano, que acaricia frentes, que espiritualizan labios con sabor a redondez.
 
Cuando el hombre pueda serlo, no merced a su silueta, esa silueta que determina su geografía en trance de noticia, que trasciende a conato de sabor a humanidad.
 
Cuando estemos conscientes de lo que más importa, y podamos destruir los horizontes de oro que parecen magníficos, pintando los sentidos de amarillo corrosivo, negando sacrificios y negando cruces.
 
Cuando esto suceda, las risas de los niños serán más anchas y más largas; escalarán los años, cabalgarán en el lomo del tiempo por senderos hasta hoy desconocidos, y sin ser precisamente ingenuas se confundirán en las aguas vírgenes del abrazo sincero y los augurios diáfonos.
 
Que la palabra cambie de rumbo y de ropaje, que enfile su proa y que la clave en la carne viva de la acción, y que ahí se petrifique, y esa pasividad sea monumento egregio que motive una justificación plena de esa calidad que nos hemos atribuido nosotros mismos de seres humanos, y podamos desterrar del campo de la utopía a la nívea paloma de accidentados vuelos, para que cobre al fin altura, y su trinar bendito sea lazo firme que uniforme a todas las lenguas y a todas las razas, en el vértice común del más puro amor.

martes, 2 de agosto de 2011

Recordando a Iván.

 
 
Hay personas que son tristemente célebres, hay personajes célebres a quienes recordamos tristemente por su circunstancial partida de este mundo. Hoy, recordamos a Juan Camilo Mouriño, a nuestro Iván, al amigo y hermano con quien compartimos memorables tertulias y pláticas inacabables siempre pringadas de aquella chispa suya que inundaba de color el espacio y llenaba de risas la charla, emblema propio de su genuina picardía.
 
Así es, esos momentos yacerán por siempre irrepetibles, eso es innegable. Inefable será siempre para quienes lo quisimos entrañablemente su temprana desaparición, como imborrable será siempre de nuestras memorias su imagen indeleble en nuestro pensamiento. Gente como Iván tuvieron la gracia de cautivarnos y de saberse siempre presentes en nosotros, en nuestro diario devenir, en nuestro cotidiano pensar.
 
Carismático amigo fue siempre Iván, capaz de arrancarnos la sonrisa tanto en la informal sobremesa como en la sesuda disertación de algún tema importante; tenía esa rara habilidad de insuflarnos de optimismo y de captar su atención y transmitirnos sus preocupaciones o inquietudes, siempre en busca de la solución y siempre confiado en alcanzarla. Era el negociador nato, el político que hacía política sin politizar, sin polemizar en exceso, sin que en el proceso hubieran daños colaterales infames o desaguisados inútiles; era parte de una nueva raza de profesionales que veían a México a través del cristal de la esperanza.
 
Lo extrañaremos siempre, de eso no queda duda; lo recordaremos siempre, estamos seguros de ello; y aplicaremos siempre su pragmatismo y su objetividad, así sea en la casa o en el trabajo, eso y más nos legó Juan Camilo, eso y más le debemos a nuestro entrañable Iván.