lunes, 8 de agosto de 2011

Sursum corda

 
 
Sursum corda
 
Por José Luis Llovera Baranda.
Cuando las palabras se unan en la corriente vertical del tiempo sin frontera.
 
Cuando las gargantas den paso al eco milagroso del ideal.
 
Cuando aprendamos la lección del beso huérfano, que acaricia frentes, que espiritualizan labios con sabor a redondez.
 
Cuando el hombre pueda serlo, no merced a su silueta, esa silueta que determina su geografía en trance de noticia, que trasciende a conato de sabor a humanidad.
 
Cuando estemos conscientes de lo que más importa, y podamos destruir los horizontes de oro que parecen magníficos, pintando los sentidos de amarillo corrosivo, negando sacrificios y negando cruces.
 
Cuando esto suceda, las risas de los niños serán más anchas y más largas; escalarán los años, cabalgarán en el lomo del tiempo por senderos hasta hoy desconocidos, y sin ser precisamente ingenuas se confundirán en las aguas vírgenes del abrazo sincero y los augurios diáfonos.
 
Que la palabra cambie de rumbo y de ropaje, que enfile su proa y que la clave en la carne viva de la acción, y que ahí se petrifique, y esa pasividad sea monumento egregio que motive una justificación plena de esa calidad que nos hemos atribuido nosotros mismos de seres humanos, y podamos desterrar del campo de la utopía a la nívea paloma de accidentados vuelos, para que cobre al fin altura, y su trinar bendito sea lazo firme que uniforme a todas las lenguas y a todas las razas, en el vértice común del más puro amor.

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