Por José Luis Llovera Abreu
Vivimos en un mundo agobiado por
los constantes cambios. Mutaciones de carácter social, económico y político en
donde los vaivenes ideológicos son ya cosa del día a día. Nuestro común
denominador como sociedad es la necesidad de adaptarnos a estos acontecimientos
pendulares.
Desde la anticipada salida del
Reino Unido de la Unión Europa, hasta la controversial elección de Donald Trump
como presidente de los Estados Unidos de América, y su escalofriante discurso
rebosado de xenofobia que tiene al mundo en vilo perpetuo, los medios de
información no cesan de ametrallarnos con sus impactantes proyectiles noticiosos
mientras nosotros, los ciudadanos del mundo, sólo podemos asumir los efectos
del golpeteo y seguir en este lapso camaleónico que nos ha tocado vivir.
Las ciudades, y todo lo que en
ellas ocurre, no se han escapado a estos avatares contemporáneos y también
juegan un papel preponderante en este continuo camuflaje social.
Una ciudad que no se adapta al
cambio y que no es capaz de modernizarse, está condenada al olvido y a la
muerte. Los únicos sitios concebidos para ver y tocar el tiempo en su versión
inanimada, son los museos.
El congelamiento del tiempo en
las ciudades es sólo una circunstancia afortunada cuando se trata de restaurar
y de revivir a la ciudad, es entonces cuando, aprovechándonos del circunstancial
letargo, despertamos a la piedra de ese sueño que la había acallado por un
prolongado tiempo. En muchas ocasiones es una, y una única vez en efecto, la
sola oportunidad que podríamos tener para sacar a una polis histórica de la anquilosis para resucitarla y favorecer su
longevidad a través de diversas estrategias de restauración, conservación y
preservación de su patrimonio tangible e intangible.
La Organización de las Ciudades
del Patrimonio Mundial (OCPM), con su oficina central en Quebec, enlista a 280
ciudades que tienen en su territorio un sitio inscrito por la UNESCO en la
Lista del Patrimonio Mundial. Se podría decir que dicho organismo agrupa a lo
más granado del gremio histórico-urbano, ya que todas son ciudades que han sido
plenamente reconocidas por sus extraordinarias características espaciales,
formales e históricas.
Son verdaderos íconos de la
historia y que, con su especial arquitectura, siguen dejando huella y calando
hondo en nuestras memorias y en nuestras costumbres. La ciudad de San Francisco
de Campeche forma parte de esta pléyade.
Sin embargo, son varios los
problemas a los que estas fantásticas ciudades se enfrentan día a día. Digamos
que viven una constante confrontación con las exigencias de la modernidad y su
esfuerzo se duplica al ser estas entes edilicios con peculiaridades
excepcionales. Por ejemplo, sus pobladores tienen que ser conscientes del valor
intrínseco que los hace ser ciudadanos de una urbe histórica; sus gobernantes
tienen que diseñar y poner en práctica políticas de gobernanza que se amolden a
la medida; los urbanistas y arquitectos están obligados a crear manuales de
operación y de manejo para conservar la morfología y para ayudar a mantener y a
promover la habitabilidad en estos sitios; tiene que haber una estrategia
conjunta entre gobernantes y gobernados para crear, conservar y propiciar el
uso y el mantenimiento de los espacios públicos, tan necesitados hoy día y tan
valiosos para generar comunidades y, además, erradicar la delincuencia.
Las ciudades históricas tienen
una meta doblemente difícil que sus contrapartes contemporáneas, y esa es la
de, en primera instancia, lograr prevalecer en el tiempo y postergar su valía a
través de su adaptabilidad y maleabilidad urbana; y en segundo lugar cumplir
con los cánones de habitabilidad, seguridad, conectividad y sustentabilidad que
las políticas urbanas del siglo XXI demandan.
Hay mucho por hacer y mucho por
pensar y crear aún. Los espacios públicos, las áreas comunes, el transporte
público, las ciclovías, las sendas peatonales, las áreas verdes, el uso de
energías renovables, el cuidado y reciclaje del agua, los residuos sólidos
urbanos, entre otras temáticas; son, principalmente, los aspectos que toda
ciudad, histórica o no, debiera cumplir hoy día para satisfacer las demandas,
tanto de los pobladores de nuestro universo urbano moderno como de las
políticas y lineamientos de los programas de desarrollo urbano actuales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario