sábado, 12 de marzo de 2011

HABITANDO LA CIUDAD



HABITANDO Y REHABILITANDO LA CIUDAD

Vivimos en un hábitat citadino, transcurren nuestras vidas hacia adentro de nuestras casas y hacia afuera de éstas, habitamos en la ciudad y ésta nos habita a nosotros. Pero, ¿cómo ocurre esta curiosa simbiosis?, ¿cómo es que trascendemos en este ambiente infestado de sonidos, olores, costumbres, tradiciones, hábitos y demás elementos y factores que tejen a diario el anagrama llamado urbe y con éste la rutina y el quehacer diario en nuestros hogares y en nuestras labores? Ha de ser una pregunta interesante de plantearnos y más valiosa habrá de ser la respuesta a tan valioso cuestionamiento.

La ciudad concebida como hoy la conocemos, difiere mucho de aquella de antaño. El implacable paso del progreso ha propiciado, sin duda, cambios radicales en la estructura física de las ciudades; el rampante transcurrir del tiempo ha traído consigo toda una gama de transformaciones de usos y costumbres en nosotros, y con éstas, toda una variedad consecuencial de mutaciones urbanas.

Y es ahora cuando nos detenemos un instante y reconocemos que la ciudad implota ante el vertiginoso desarrollo, la vida muta de la apacibilidad al escándalo cotidiano, la bruma de la polución continua nubla nuestros pensamientos y a la postre surge la pausa irrestricta obligándonos a la reflexión profunda. Ahora es cuando nos planteamos la necesaria retrospectiva y nos proponemos el replanteamiento y el rescate de nuestro ingente hogar colectivo: la ciudad.

Asumiendo que la cultura hecha ciudad es la civilización, entonces nos preguntamos ¿qué ha propiciado el cambio en nuestro estilo de vida? ¿qué tan diferente puede ser la necesidad de habitabilidad de una familia en el siglo XX y la de otra en el siglo XXI? Tal vez no haya diferencia en el fin intrínseco y último de ambas en lo que respecta a confort y satisfacción del hábitat urbano. Rememoremos algunos modelos urbanos.

Añoranzas provincianas
·      La calle.

Recordemos aquellas tardes apacibles de provincia en la que la calle era un espacio multifuncional. En horas de trabajo por ahí transitaban los automóviles, llegada la tarde y la hora del almuerzo se convertía en el área de juegos de niños y adolescentes; y llegada la noche, y si así se había consensado con la vecindad, se transformaba en un gran salón de fiestas al cubrir con grandes lonas el claro comprendido por las banquetas y el arroyo vehicular, sujetándose éstas vastas telas de los pretiles de las casas. Sí, llegada la hora convenida se cerraba la calle al paso de coches, y era este el sitio temporal de una gran fiesta a la que asistía la comunidad  invitada al jolgorio, ya sea por motivo de algún cumpleaños, fiesta de graduación o por época de carnaval. Al siguiente día la vida continuaba y la calle, aquel espacio de sucesos intempestivos, volvía a mirarnos con su cara de siempre y con su nobleza asegurada.

·      El pregonero, el comerciante ambulante.

El pregonero era realmente el mercader ambulante. Aquellas personas que gritaban sin cesar y con voz melodiosa ofreciendo sus productos por las calles y callejones intrincados de la ciudad sin establecerse en ningún sitio específico y siempre deambulando incansables hasta lograr la venta completa de sus frutas, pescados y panes, todos frescos y todos cosechados, pescados y horneados en ese día. No había bullicio que opacara el canto del pregonero. Las amas de casa acudían rápido al llamado y compraban las viandas en las puertas de sus casas. Al final del día la familia comía bien y los pregoneros aseguraban la ganancia diaria para el sustento de sus hogares.

·      El parque de “la cuadra”

“La cuadra” o la manzana, es sinónimo de trazas características y reconocibles, propias de las ordenanzas borbónicas de la época virreinal. Es la disposición en forma de tablero de ajedrez o de damero, tan peculiar de muchas ciudades mexicanas. Los parques de “la cuadra” son equiparables en función, aunque no en tamaño, a los parques centrales o a los parques de centro de barrio. Esos, los de “la cuadra”, eran espacios inmediatos de esparcimiento y de entretenimiento, sitios ad hoc con juegos infantiles, veredas para bicicletas y, en algunos casos, alguna explanada de adoquín para los eventuales tríos o músicos de la localidad que aguardaban  noche tras noche la llegada de un romántico serenatero.

¿Será la modernidad sinónimo de imposiciones diversas y escollo que nos ha impedido vivir la ciudad como antaño? No lo creo. Al parecer se han olvidado las bondades de la habitabilidad, independientemente de la contemporaneidad de nuestras formas de vida. Hemos sido presa fácil de la influencia de modos y estilos de vida ajenos a los nuestros, hemos importado del norte gran parte del estereotipo urbanístico de otras ciudades y hemos malinterpretado el progreso de otros países tratando de mimetizarnos, forzadamente, en estos entornos y en estos contextos que no tienen ninguna relación con la idiosincrasia del ciudadano mexicano que ha nacido y ha vivido desde siempre en México. Nuestro país se ha distinguido por conservar aún el núcleo familiar como pilar irrefutable de nuestra sociedad, recuperemos esa convivencia y ese intercambio cultural que tanto necesita nuestra comunidad.

La sociedad mexicana se ha visto parcialmente fisurada en su estructura moral e ideológica por un sinfín de razones, la ciudad es el terreno sobre el cual sentar las bases para propiciar el sanamiento de este inminente, aunque previsible, resquebrajamiento social.

José Luis Llovera Abreu.


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