En algún momento de este implacable paso por los designios de Dios, hemos sucumbido ante la idea de sabernos inútiles y ociosos por ser peones en esta lucha en contra de la creciente ignorancia de unos y de la ininteligibilidad de otros. Y no sólo me refiero a aquello sobre lo cual nos sabemos conocedores, las bellas artes, urbanismo, literatura, etc., sino también sobre lo cual supondríamos que sabrían las masas y el vulgo: la elemental decencia de asumir respeto por todo y por todos.
Asi es, aunque se antoje una cualidad básica del ser humano, no es así en el mundo real. ¿O quizás exista esta condicionante en el mundo irreal?... puede ser. Y es que sería mejor atribuirle a esta dimensión virtual (no explorada aún) la existencia física y tangible de todo lo deseable, de todo lo anhelable en esta terrestre dimensión.
Por muy fútil que parezca, bien vale la pena ahondar en nuestros pensamientos y, al término del escudriñamiento mental, hallar finalmente la solución al tema... ¿habrá tal solución?
Por utópico que pueda parecer, el respeto asume su posición de sentimiento creíble desde una postura increíble: la necesidad de convivir con los demás como uno quisiera vivir consigo mismo. Así es, la máxima que inmortalizó al más inmortal de los hombres: Jesucristo. ¡Qué desdicha que después de más de dos mil años sigamos anhelando y persiguiendo los linderos de la doctrina filosófica del más universal de los pensadores que halla puesto un pie en este planeta!
Pues si, no hemos prosperado en esta incansable cruzada por la decencia, en esta inacabable lucha por el bien y la paz...
José Luis Llovera Abreu.
José Luis Llovera Abreu.
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